Lo primero que Marcelo Escamilla ordenó a su enfermera una vez habían acabado con el último de los pacientes, fue tranquilidad, mucha tranquilidad; lo segundo, una copa de brandy, de güisqui, de ginebra... no hizo falta que siguiera, pues antes de que continuara enumerando bebidas, ya Lola le servía presta un vaso con dos deditos de güisqui, al que por supuesto acompañó con otro similar, ambos, como si les hubieran dado cuerda, automáticamente se los tomaron de un trago.
Acto seguido, con la dignidad que lo caracterizaba, el doctor Escamilla se puso en pie, y andando de un lado a otro de la consulta, con su voz atildada y melodiosa, comenzó a decir -hablando para ambos y en voz algo alta para su costumbre-, que no tenían porque desatarse los nervios, pues todo en la vida tiene una explicación y ésto no podía ser menos, además, que al fin y al cabo él era psiquiatra, y Lola llevaba en ese puesto 25 años, y por muchos casos de cambios de cabezas, no por eso iban a perder la compostura, así que ante todo, serenidad y aplomo, y con esta premisa irían los dos a Dirección y le contarían al Gerente que no habían parado de recibir pacientes con cabezas de animales desde las tres y media de la tarde.
Calmados y sin preámbulos, le soltaron de sopetón al Gerente, que extrañamente no habían parado de recibir pacientes que creían tener no sus cabezas de siempre, sino cabezas de animales: de ovejas, jabalíes, caballos, jirafas, perros, avestruces... El Gerente, que no daba crédito a lo que oía, no tuvo otra reacción que la de reírse a carcajadas, !a ver, qué iba a hacer el hombre con tales explicaciones de gente con cabeza de oveja, de jabalí o de caballo de carreras!, y eso que Marcelo y Lola se habían callado adrede al de la cabeza de toro, por aquello de los cuernos, los chistecillos fáciles, e incluso las susceptibilidades.
Y las carcajadas que no parecían amainar, ni el doctor Escamilla ni Lola Domínguez conseguían hacerle entender que se trataba de algo anormal y grave, eso desde luego, pues en su dilatada vida profesional jamás se habían tropezado con algo así, ni tan siquiera parecido, y que la solución del análisis de sangre y orina que provisionalmente habían tenido que darle a aquellos pacientes, comprometía no solo a psiquiatría, sino también a la Gerencia, a Dirección y a la clínica misma.
Pero nada, no había forma de que el Gerente dejara de reírse a carcajadas, ante lo cual, Marcelo y Lola rendidos, y sin cintura con la que encajar pase torero alguno, optaron por darse media vuelta y salir del despacho dejándolo como caso perdido. Por el pasillo, aun cuando se alejaban, seguían oyendo las risas del Gerente, en el ascensor, oían las risas del Gerente, y hasta en el hall de entrada de la clínica, se escuchaban las carcajadas de aquel Gerente. Solo fuera y en dirección al aparcamiento, dejaron de oír las sonoras carcajadas del Gerente.
Era tarde, por lo que doctor y enfermera decidieron irse cada cual para su casa, no sin antes convenir que no contarían nada de lo ocurrido a sus respectivos marido y esposa, y que esperarían al día siguiente a que los acontecimientos dieran la cara.
La noche obviamente fue densa, no pudieron pegar ojo ni uno ni otra, y mudos, sin contar nada a sus respectivos, la pasaron en blanco dando vueltas en la cama, y sin dejar de pensar en aquellos increíbles casos que les sucedían desde las tres y media de la tarde del día anterior, por eso, cuando sonó el reloj a eso de las ocho de la mañana, ambos salieron disparados para la clínica.
Al llegar, no notaron nada raro ni especial, cada quien parecía estar a lo suyo, Alex en su mesita de la entrada ojeando el periódico, Marta, en el mostrador con las llamadas y Cati, pasando la mopa y regando las plantas del pasillo. Ninguna llamada de la Dirección, ni de la prensa, ni del Colegio de Médicos, ni del Gerente, que suponían habría dejado ya de reír, incluso las consultas que estaban atendiendo esa mañana eran sumamente normales para una unidad de psiquiatría: un caso de depresión, otro de trastorno de personalidad con delirium tremens, y un maníaco exhibicionista... el doctor Escamilla, ni siquiera quería sacar a colación los increíbles casos de ayer desde las tres y media de la tarde, no fuera a ser que de nuevo se produjera la catarsis, y una sucesión de personas con cabezas de animales desfilara otra vez por su consulta, no obstante, al ver que la jornada se desarrollaba con rutinaria normalidad, decidió que a la hora del almuerzo lo comentaría con Lola, porque, a lo mejor sólo había sido un mal sueño de ellos, o de él solo, y esta idea liberadora, calaba más y más en su ánimo y en su persona.
En esas estaba, cada vez más relajao y a diez minutos de cerrar citas para irse a almorzar, cuando sonó una llamada por el interfono que decía:
- Doctor, ¿que hago con los resultados de los trece análisis de sangre y orina que mando usted ayer urgentes?.
Marcelo Escamilla se quedó banco como una tiza blanca, sin capacidad de responder, y mientras, al otro lado del interfono solo oyeron de respuesta el grito desgarrado de alguien que decía
- !Nooooooooooooo!
.... en el cristal de la ventana de la consulta de psiquiatría, se reflejaba un doctor, con su traje oscuro y su corbata clara como corresponde a un psiquiatra, con su flor en el ojal para transmitir relax y armonía a los pacientes, como asimismo corresponde a un psiquiatra, y por cabeza, una muy enorme taza de café humeante...(claro que pensandolo bien, también muy convenientemente, como correspondía a un psiquiatra)
Fin