Lo supo con certeza el 19 de agosto de 2009, un poco antes de que dieran las tres de la tarde, se acordaba perfectamente: era miércoles, y un sol de justicia recalentaba el asfalto hasta derretirlo, todos en la calle, -vehículos y viandantes-, andaban con prisas a fin de dejarla cuanto antes y guarecerse en un lugar fresquito lejos de aquel calor abrasador e inmisericorde.
Matusalem García sólo pensaba en llegar a casa, quitarse el polo, el pantalón, los zapatos, y en calzoncillos, tumbarse en el sofá con un par de cervezas fresquitas; más justo cuando ya casi se le hacía la boca agua con tan gratas espectativas, el semáforo cambió a verde, aceleró la moto dispuesto a llegar a casa cuanto antes, y no la vió, ni siquiera le dió tiempo a darse cuenta, cuándo saltaba por los aires derecho a postrarse en el asfalto ardiente y derretido.
La furgoneta que se empotró con su moto frenó en seco, pero ya era tarde: Matusalem estaba despanzurrao en la carretera, oyendo el grito de estupor de la gente que había presenciado el accidente, y que se arremolinaba en derredor. Extrañamente, la única sensación que sentía era que todo se ralentizó de pronto, y que tiempo y personas giraban en torno a él a cámara lenta, y entonces lo supo, lo supo perfectamente: no iba a morirse, él no podía morirse.
Con esa certeza que le emanaba justo de las entrañas, se levantó desatendiendo a los que habían acudido a socorrerle, que al unísono, le repetían con avidez y hasta con angustia, que no se moviera, que esperara a la ambulancia. Él sin embargo, se dirigió a su moto herida en el encontronazo, la puso en píe, y dejando a todos atónitos se marchó a su casa, un par de cervezas frías le estaban esperando.
Conforme se acercaba a la casa, notaba que se le desentumecía el cuerpo y la sesera, y que volvía a su ser, como si nada hubiera ocurrido. Ya en su salón y en calzoncillos, mirando la tele cervecita en mano, la noticia le sobrecogió; en la televisión, mostraban imágenes de las cámaras de seguridad de un banco, en cuya puerta había tenido lugar un terrible accidente, pero lo sorprendente -y noticiable- era que pese al golpe brutal, el motorista, que o bien se trataba de un descelebrado, o de alguien que tenía un par de güevos de a kilo y medio, se levantaba, cogía su moto, y se marchaba como si tal cosa.
No daban nombres y no se veía la cara del motorista, pero evidentemente hablaban de él...
(Os lo seguiré contando en la siguiente entrada)