
Cuando mi hermana me lo dijo por teléfono me quedé sin respirar un instante, no me lo esperaba, y aún mucho después sus palabras seguían resonandome machaconas: "mamá tiene demencia senil", -demencia senil- -demencia senil-, y no se me quitaba de la cabeza.
Es cierto que arrastraba desde hacía tiempo manías, pero ¿quien no tiene manías con la edad?, ¿quien no se queda absorta y desorientada, perdiendo la noción del tiempo con setenta y pico años?, ¿quien a esa edad no se le olvidan las cosas?... ! los años no pasan en balde, señores: no pasan en balde!
Recuerdo de niña que mi madre era para mí mi espacio, mi mundo, mi referencia, mi todo. Luego, la vida te va independizando, y vas soltando amarras de esos lazos indelebles y que sin embargo nos siguen uniendo siempre, y aún más allá del siempre.
Recuerdo que me gustaba ir en verano por la mañana temprano a comprar con ella a la plaza, me gustaba -y me gusta-, el sabor especial y único de los mercados, con sus puestos de verduras perfectamente colocadas cual orquesta cromática que extasiaba los sentidos, los puestos de pescao llenos de boquerones, sardinas, mojarritas, jureles, rosadas, calamares... y sus titulares pregonando en alto con gracia y desparpajo " boquerones de La Caleta, mujeres, llevárselos que están vivos", "¿y mis sardinas?, gloria bendita que son hoy mis sardinas", "mojarritas, pijotas, calamares... mira que se salen, vivitos que están mis calamares niña, y baratos, que hoy los tengo casi regalaos"... y así, puesto tras puesto, oyendo el pregón de tanta delicia.
Recuerdo que en el puesto de Tomás mi madre siempre compraba cerezas, y yo, le pedía que me diera dos en ramito para ponérmelas de pendientes. Tomás o su hijo me cogían de la caja dos pares de cerezas gordas y colorás, unidas, y me faltaba tiempo para colocarme un par en cada oreja, y así volvía a casa, con pendientes de cerezas.
Ya en casa, recuerdo me gustaba mirar cómo mi madre colocaba estructuralmente la compra en el frigorífico, la fruta lavada en el frutero, y cómo limpiaba el pescado... hipnóticamente la miraba mientras ella, con suma destreza le quitaba la cabeza y las tripas a los boquerones, en la radio, sonaban aquellas canciones del verano, y poco a poco, el papel de estraza se iba llenando de cabezas decapitadas de boquerones victorianos...
Ahora, me es imposible esbozar todos estos recuerdos de entonces sin sentir ternura y dolor, me invade una profunda tristeza... estoy, como una ballena varada, sola en la playa, esperando a que la luna haga subir la marea, mientras en el horizonte, cae densa la niebla.