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Querid@s bloggers, reza un azulejo en una pared frente a la catedral de Granada esta sentencia "dale una limosna, mujer, que no hay nada más triste que ser ciego en Granada". Estos versos anónimos que corren hoy como refranillo popular por toda la ciudad y fuera de ella, llegaban a emocionar al maestro Ayala que, los conocía bien desde pequeño. Le emocionaban, sin duda, primero, porque hablaban de su tierra, esa que -aunque dejes-, es como el vientre de tu madre, algo indisolublemente unido a ti mismo por siempre, y, en segundo lugar, por su certeza evidente, Granada, es en verdad una ciudad hermosa.
Y así, con Granada, quiero comenzar, con esas vistas soberbias que desde el Albaicin tenemos de la Alhambra, con esas vistas que tanto vió, tanto quiso y tanto guardó en su memoria el maestro.
He de deciros querid@s, que no pretendo hacer un homenaje a ese gran escritor, no, yo quiero dedicar esta entrada a Paco Ayala, Paco, como le llamaba él, Federico, por supuesto García Lorca. Quiero escribir sobre el hombre y no sobre el escritor, sobre Paco, ese bisabuelo centenario que falleció la semana pasada.
Ya sabéis, que Paco y Federico eran granainos y coetáneos, ambos incluso estudiaron en el mismo instituto, en el "Padre Suarez", aunque no llegaron a tratarse por entonces, ya que Paco, era ocho años menor que Federico, edad de sobra para no auspiciar una amistad de infantes. Es curioso que según los expedientes académicos de ambos que aún obran en el IES Padre Suarez, Ayala era un alumno muy aplicado aunque fallaba en matemáticas, mientras que Federico no era demasiado buen estudiante. Cuando Ayala cumplió 100 años, su instituto -aún hoy a pleno funcionamiento en la ciudad-, le rindió un homenaje regalándole la copia de todo su expediente, que el maestro recogió entre lágrimas por la emoción del recuerdo de aquellos años y, especialmente, al ver aquella solicitud de ingreso escrita a mano por él mismo: un escrito suyo de hacía 90 años.
Ayala vivió en Granada dieciséis años, sus primeros dieciséis años, en toda su vida no fue ésta la ciudad donde más residió, pero si fue la que más le marcó, nunca perdió ese acento suyo, nunca el recuerdo de su casa del Albaicin, con su patio y sus columnas, donde su madre plantaba y cuidaba rosales y azaleas.
De Granada a Madrid, allí le esperaba la Universidad (Derecho y Filosofía), y es allí, en Madrid, donde entablará amistad con Federico y conocerá a personalidades influyentes de la vida cultural del momento: Ramón Gómez de la Serna, Rosa Chacel, Max Aub, Dámaso Alonso, Edgar Neville, Rafael Alberti, María Zambrano, Manuel Altolaguirre, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas, Ramón J. Sender, Ortega y Gasset.... !madre mía, qué cabezas y, qué momento!, !como me hubiera gustado a mí asistir a esas tertulias con la Generación del 27, y como me hubiea gustado conocerlos a todos, pero especialmente, a Lorca!... Ortega, ejerció sobre él gran fascinación, siendo asiduo a sus famosisimas tertulias.
Por estos años madrileños llegó incluso a entrevistar a Federico -que ya era un poeta y dramaturgo conocido- para la Gaceta Literaria, y allí, un catorce de abril, vió como se inundaban las calles y plazas de la Villa de gente y de banderas tricolores.
Federico, por entonces, le regaló un Romancero Gitano dedicado, este libro -querido y cargado para él de simbolismo- se quedó en su biblioteca cuando tuvo que dejar su casa y el país en plena guerra civil. Posteriormente, y ya de vuelta en España, se interesó por aquellos libros de su casa, por aquella biblioteca dejada cuando salió hacia el exilio, y de la que sólo quería recuperar dos libros, su Romancero Gitano y un libro de Azaña... no fué posible recuperarlo, el libro, como tantas y tantas cosas, se perdió en aquella guerra.
De la guerra civil guardó siempre un profundo dolor, le tocó vivir el fusilamiento de su padre en Burgos, el apresamiento de sus hermanos, y la ejecución del menor cuando intentó huir al ser llamado obligatoriamente a filas. A duras penas pudo sacar del pais a sus dos hermanos y llevárselos con él, -ya huerfanos de padre y madre (pues su madre murió apenas unos meses antes de la contienda, y menos mal, recordaría siempre aliviado !que sufrimiento mas atroz para mi madre de haber continuado con vida!)-.
La muerte de Federico le conmocionó, y siempre la consideró como un símbolo de la tragedia, por eso, no era partidario de que se desenterraran sus restos.
Su exilio por Argentina, Brasil, Puerto Rico y Estados Unidos nunca lo recordó ni lo vivió con rencor, pues, desde su marcha, siempre tuvo el ánimo decidido a rehacer su vida al otro lado del océano.
Guardó siempre muy buenos recuerdos de aquellas tertulias en el café Tortoni con los exiliados que ya estaban, y los que iban llegando a Buenos Aires. Y es allí, en Buenos Aires, donde conoce y entabla amistad con Borges, ya por aquel entonces encumbrado en un dios literario.
Su vuelta definitiva a España la hace ya de abuelo, su única hija Nina -de su primer matrimonio con Etelvina Silva- tiene una hija, su nieta Julieta, quien, a su vez, le hace por tres veces bisabuelo; su descendencia, netamente marcada por el género: una hija, una nieta, tres biznietas.
Ya sexagenario conoció a Carolyn Richmond, su segunda esposa, quien compartió con él la última etapa de su vida. De una vida larga que él decía era consecuencia de tres cosas: la miel -que tomaba a cucharadas-, su vasito de whisky por la tarde, y un poco de buena suerte con la genética. Me gustaba Ayala, me gustaba porque siempre que le ví (en televisión, en la prensa) me transmitía bondad, porque su vida fue fascinante, con altibajos, como todas las vidas fascinantes, y por esa energía suya que se rebelaba como las actitudes adolescentes, insolente, frente a las leyes de la física. Me gustaba Ayala. La mayoría de las personas que lo conocieron coincidían en que tenía una mirada especial, y de su físico enfatizaban en sus ojos, y como no, en su lucidez. A mí, siempre me llamaron la atención sus manos, esas manos de dedos largos que apretaban fuerte en los saludos, esas manos que escribieron que la patria de un escritor es su lengua, y que callaron algunas cosas, pero siempre por respeto a los demás, esas manos que alguna vez, habrían dado limosna, porque no hay nada más triste que ser ciego en Granada.
Os dejo querid@s , sed felices por favor. Besitos