La mañana de domingo asomó tibia aunque desdibujada en tonos grises, tonalidad instalada más que de sobra en la vida de los donnadie, presidida por la cotidianeidad de recortes y crisis, desempleo atroz, trabajo precario, jornadas laborales eternas, desencanto galopante, subidas de precios, y el olor a penuria y pobreza cernido cada vez más en derredor.
Con todo, era domingo, el reloj no había sonado a las seis menos cuarto de la madrugada, y hasta la cama de Tere donnadie llegó el albor mañanero de las ocho y pico: tres rayitos de sol y un silencio armonioso, donde nada se oía ni cerca ni a lo lejos, pero casi parecía que flotase música ambiental.
Con todo, era domingo, el reloj no había sonado a las seis menos cuarto de la madrugada, y hasta la cama de Tere donnadie llegó el albor mañanero de las ocho y pico: tres rayitos de sol y un silencio armonioso, donde nada se oía ni cerca ni a lo lejos, pero casi parecía que flotase música ambiental.
El cuerpo pedía a gritos un cafelito y unas galletas del Mercadona, baratas, pero riquisimas, con esa cubierta de chocolate que se desdibujaba como la vida, al meterlas en la taza del café.
Como cada mañana de domingo, tras el desayuno bajaría a pasear al parque... ese sueldo suyo de ocho cientos ochenta y tres euros daba a duras penas para pagar alquiler, ropa, luz, gas, teléfono, comida, transporte, y ni de lejos llegaba a más diversiones lúdicas que para pasear; así que perseguida por una opacidad de tonos grises salió de casa, cruzó la calle de profundos tonos grises, y entró en un parque denso de arboles verdes y césped verde, pero con tonos grises.
Por todos lados había gente, gente paseando entre las vereditas otoñales llenas de hojas caídas, gente sentada en los bancos de alrededor de plazoletillas con construcciones de colores chillones para juego de niños, y gente paseando arriba y abajo por el paseo central del parque que constituía una gran diagonal; mucha gente, donnadies, que como Tere, en el mejor de los casos eran ochocien y pico euristas, con miradas que despedían haces de inefables tonos grises, y sentimientos opacos siempre en la gama de los grises.
Y la Tere, pensó como yo misma pienso, como seguro pensarán también ustedes, que es fácil trazar un mapa de sentimientos en los parques de los barrios los domingos... una espiral se está llevando poco a poco ilusiones y vida.
Por todos lados había gente, gente paseando entre las vereditas otoñales llenas de hojas caídas, gente sentada en los bancos de alrededor de plazoletillas con construcciones de colores chillones para juego de niños, y gente paseando arriba y abajo por el paseo central del parque que constituía una gran diagonal; mucha gente, donnadies, que como Tere, en el mejor de los casos eran ochocien y pico euristas, con miradas que despedían haces de inefables tonos grises, y sentimientos opacos siempre en la gama de los grises.
Y la Tere, pensó como yo misma pienso, como seguro pensarán también ustedes, que es fácil trazar un mapa de sentimientos en los parques de los barrios los domingos... una espiral se está llevando poco a poco ilusiones y vida.