miércoles, 25 de noviembre de 2009

el ascensor



Querid@s
bloggers, hoy, mi primer micro relato..... A las siete menos diez, como normalmente a diario de lunes a viernes se abrió el ascensor y entró ella, como siempre buscando algo en su bolso, como siempre, volviéndose hacía el espejo.
Siempre pensaba amablemente en estos momentos, condescendiente siempre, allí, en ese metro cuadrado preñado de espejos, y no recordaba ni cuando ni donde ni porque había dejado de pensar, -como el resto-, que el ascensor era un lugar frío, inhóspito y hasta ridículo, un cuchitril claustrofobico que solo es aceptable porque cumple su función de ahorrar escaleras, sin embargo a ella le parecía amigable, sobre todo, a esa primera hora de la mañana, a esa hora en la que buscando en su bolso lo miraba y se miraba.

Claro que había sentido a veces esa sensación incómoda de cruzar miradas con algún vecino y nada de que hablar, ni tan siquiera el manido tema tiempo, tan socorrido en la fugacidad del viaje al 5º o al -1, pero a esa hora, hablaba el silencio mientras todo dormía, la casa dormía, los pasillos dormían, el rellano dormía y el ascensor, vivo e insolente, la llamaba con su luz y sus espejos, invitándola a entrar y provocándole siempre la primera sonrisa, cuando, al sacar por fin del bolso su barra rouge Gabrielle de Guerlain se pintaba los labios mirándolo, mirándose.

Al llegar al bajo, la última mirada como un guiño antes de cerrarse las puertas, luego, cinco pasos hacia la salida, por el portal, respirando, -que suene la claqueta- un, dos, tres, acción: !a por el día!.

Sed felices. Mil besitos



jueves, 19 de noviembre de 2009

¿y tú, que dices?

Que vivan las mujeres que no escuchan canciones románticas, y las que lloran con ellas también.

Que vivan las mujeres que sueñan con dormir, y duermen.

Que vivan las mujeres que apagan 60 velas porque cumplieron 60 años.

Que vivan las mujeres que dejaron de ordenar las cosas que los demás desordenaron.

Que vivan las mujeres que tienen hijos, y las que los perdieron también, que vivan.

Que vivan las mujeres que saben que un palmito jamás superará un pedazo de chocolate.

Que vivan las mujeres que se atreven a vivir, las que se atreven a vivir... a vivir.

Que vivan las mujeres que dejaron de preocuparse por lo que piensa el resto, y que sin embargo, siguen preocupándose por los demás.

Que vivan las mujeres. Que vivan las mujeres.


Querid@s bloggers, antes que nada quiero dar las gracias a mi amigo Paco Cabrera que es quien me ha pasado el vídeo, al que le gusta el Bosé de Bandido en adelante, Diego el Cigala y los Archivos... gracias. Por supuesto que yo me sumo a este "que vivan las mujeres", !faltaría más, soy una de ellas!, pero... ¿y vosotr@s? ¿os sumariáis a éste, con estas mujeres, con estas de aquí?. Millonazo de besotes, de esos que virtualmente os mando: inmensamente gordos, gordísimamente sonoros. Sed felices, por fa.

jueves, 12 de noviembre de 2009

nada hay mas triste que ser ciego en Granada

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Querid@s
bloggers, reza un azulejo en una pared frente a la catedral de Granada esta sentencia "dale una limosna, mujer, que no hay nada más triste que ser ciego en Granada". Estos versos anónimos que corren hoy como refranillo popular por toda la ciudad y fuera de ella, llegaban a emocionar al maestro Ayala que, los conocía bien desde pequeño. Le emocionaban, sin duda, primero, porque hablaban de su tierra, esa que -aunque dejes-, es como el vientre de tu madre, algo indisolublemente unido a ti mismo por siempre, y, en segundo lugar, por su certeza evidente, Granada, es en verdad una ciudad hermosa.

Y así, con Granada, quiero comenzar, con esas vistas soberbias que desde el Albaicin tenemos de la Alhambra, con esas vistas que tanto vió, tanto quiso y tanto guardó en su memoria el maestro.

He de deciros querid@s, que no pretendo hacer un homenaje a ese gran escritor, no, yo quiero dedicar esta entrada a Paco Ayala, Paco, como le llamaba él, Federico, por supuesto García Lorca. Quiero escribir sobre el hombre y no sobre el escritor, sobre Paco, ese bisabuelo centenario que falleció la semana pasada.

Ya sabéis, que Paco y Federico eran granainos y coetáneos, ambos incluso estudiaron en el mismo instituto, en el "Padre Suarez", aunque no llegaron a tratarse por entonces, ya que Paco, era ocho años menor que Federico, edad de sobra para no auspiciar una amistad de infantes. Es curioso que según los expedientes académicos de ambos que aún obran en el IES Padre Suarez, Ayala era un alumno muy aplicado aunque fallaba en matemáticas, mientras que Federico no era demasiado buen estudiante. Cuando Ayala cumplió 100 años, su instituto -aún hoy a pleno funcionamiento en la ciudad-, le rindió un homenaje regalándole la copia de todo su expediente, que el maestro recogió entre lágrimas por la emoción del recuerdo de aquellos años y, especialmente, al ver aquella solicitud de ingreso escrita a mano por él mismo: un escrito suyo de hacía 90 años.

Ayala vivió en Granada dieciséis años, sus primeros dieciséis años, en toda su vida no fue ésta la ciudad donde más residió, pero si fue la que más le marcó, nunca perdió ese acento suyo, nunca el recuerdo de su casa del Albaicin, con su patio y sus columnas, donde su madre plantaba y cuidaba rosales y azaleas.

De Granada a Madrid, allí le esperaba la Universidad (Derecho y Filosofía), y es allí, en Madrid, donde entablará amistad con Federico y conocerá a personalidades influyentes de la vida cultural del momento: Ramón Gómez de la Serna, Rosa Chacel, Max Aub, Dámaso Alonso, Edgar Neville, Rafael Alberti, María Zambrano, Manuel Altolaguirre, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas, Ramón J. Sender, Ortega y Gasset.... !madre mía, qué cabezas y, qué momento!, !como me hubiera gustado a mí asistir a esas tertulias con la Generación del 27, y como me hubiea gustado conocerlos a todos, pero especialmente, a Lorca!... Ortega, ejerció sobre él gran fascinación, siendo asiduo a sus famosisimas tertulias.

Por estos años madrileños llegó incluso a entrevistar a Federico -que ya era un poeta y dramaturgo conocido- para la Gaceta Literaria, y allí, un catorce de abril, vió como se inundaban las calles y plazas de la Villa de gente y de banderas tricolores.

Federico, por entonces, le regaló un Romancero Gitano dedicado, este libro -querido y cargado para él de simbolismo- se quedó en su biblioteca cuando tuvo que dejar su casa y el país en plena guerra civil. Posteriormente, y ya de vuelta en España, se interesó por aquellos libros de su casa, por aquella biblioteca dejada cuando salió hacia el exilio, y de la que sólo quería recuperar dos libros, su Romancero Gitano y un libro de Azaña... no fué posible recuperarlo, el libro, como tantas y tantas cosas, se perdió en aquella guerra.



De la guerra civil guardó siempre un profundo dolor, le tocó vivir el fusilamiento de su padre en Burgos, el apresamiento de sus hermanos, y la ejecución del menor cuando intentó huir al ser llamado obligatoriamente a filas. A duras penas pudo sacar del pais a sus dos hermanos y llevárselos con él, -ya huerfanos de padre y madre (pues su madre murió apenas unos meses antes de la contienda, y menos mal, recordaría siempre aliviado !que sufrimiento mas atroz para mi madre de haber continuado con vida!)-.

La muerte de Federico le conmocionó, y siempre la consideró como un símbolo de la tragedia, por eso, no era partidario de que se desenterraran sus restos.

Su exilio por Argentina, Brasil, Puerto Rico y Estados Unidos nunca lo recordó ni lo vivió con rencor, pues, desde su marcha, siempre tuvo el ánimo decidido a rehacer su vida al otro lado del océano.
Guardó siempre muy buenos recuerdos de aquellas tertulias en el café Tortoni con los exiliados que ya estaban, y los que iban llegando a Buenos Aires. Y es allí, en Buenos Aires, donde conoce y entabla amistad con Borges, ya por aquel entonces encumbrado en un dios literario.

Su vuelta definitiva a España la hace ya de abuelo, su única hija Nina -de su primer matrimonio con Etelvina Silva- tiene una hija, su nieta Julieta, quien, a su vez, le hace por tres veces bisabuelo; su descendencia, netamente marcada por el género: una hija, una nieta, tres biznietas.

Ya sexagenario conoció a Carolyn Richmond, su segunda esposa, quien compartió con él la última etapa de su vida. De una vida larga que él decía era consecuencia de tres cosas: la miel -que tomaba a cucharadas-, su vasito de whisky por la tarde, y un poco de buena suerte con la genética. Me gustaba Ayala, me gustaba porque siempre que le ví (en televisión, en la prensa) me transmitía bondad, porque su vida fue fascinante, con altibajos, como todas las vidas fascinantes, y por esa energía suya que se rebelaba como las actitudes adolescentes, insolente, frente a las leyes de la física. Me gustaba Ayala. La mayoría de las personas que lo conocieron coincidían en que tenía una mirada especial, y de su físico enfatizaban en sus ojos, y como no, en su lucidez. A mí, siempre me llamaron la atención sus manos, esas manos de dedos largos que apretaban fuerte en los saludos, esas manos que escribieron que la patria de un escritor es su lengua, y que callaron algunas cosas, pero siempre por respeto a los demás, esas manos que alguna vez, habrían dado limosna, porque no hay nada más triste que ser ciego en Granada.


Os dejo querid@s , sed felices por favor. Besitos


sábado, 7 de noviembre de 2009

los reyes también lloran (continuación)


Querid@s
blogger, como prometí la semana pasada, continuaría con esa relación epistolar entre Felipe IV y su querida amiga Luisa Enriquez, condesa de Paredes, vaya pues, que lo prometido es deuda:
...
me hacéis soledad, Condesa...

He querido descansar mis congojas en vos por la confianza que tengo en vuestra persona, y por el amor que os profesé y os profeso. Busco el consuelo de vos, porque también sé el amor que me tenéis, y la dedicación con que me habéis servido en todo tiempo en cuerpo y alma entera.

Encomendadme siempre a Dios, Condesa, pues éste que arrastro es de los males que solamente su poderosa mano puede aplacar. Toda fe es menester para conformarse con los golpes que he venido encajando, pues he llegado hasta aquí, cual vos podéis juzgar arrastrando hartos padecimientos, y ya que no he perdido aún el juicio y la vida entre tantas amarguras, es que debo de ser del mismo bronce en que han fundido mi figura para el Alcázar.

Muchos han sido Condesa los sucesos que me han tenido en jaque, y conmigo la felicidad del Reino, de los que os quiero hacer memoria.
Ya sabéis como se levantó Cataluña por la primavera pasada, alentada por los apuros económicos de la Monarquía y por la guerra contra Francia. Desde luego la deslealtad no camina junto con la inteligencia, pues hicieron deserción de quien tachaban de tirano, en busca de libertad, para someterse por voluntad propia a la tiranía del extranjero. Buscando la paz hallaron guerra, y en guerra estamos contra el francés en los campos de Cataluña.

Perdimos Portugal por las pasadas Pascuas, que se levantó aprovechando la ocasión de la revuelta catalana. Malas fiestas de Navidad tuvimos entre unos y otros. En aquel final del año los portugueses se habían puesto sobre el Guadiana, frente a las tierras del Marqués de Ayamonte. Los nobles lusitanos juntaron grandísimo concurso de gente revuelta, amenazando a la Andalucía.
Mandé al Duque de Medina Sidonia a que reuniera en Ayamonte fuerte aparato de hombres y armas con que combatir el levantamiento y marchar sobre Portugal, con el intento de sujetar a los revoltosos y devolverlos a nuestra obediencia. Es el de Medina hombre de más sangre que de ingenio, y así lo teníamos reputado, pero habiéndonos servido en el pasado como gentilhombre de nuestra Cámara, y siendo cabeza de una de las más grandes familias de España, que tantos servicios ha prestado a la Corona, gozaba la merced de nuestro Capitán General de la Mar Oceana y de las Costas de la Andalucía.

Muy poco antes de la sublevación había casado la hermana del Duque de Medina Sidonia, doña Luisa, con el infausto Duque de Braganza, y hoy se encuentran por su traición convertidos en reyes de Portugal. Bien que no quise creerlo, comencé a tener por cierto el hecho de que entrara el Duque en tratos para no impedir que el de Braganza mantuviera su corona sobre sus sienes, lo que era tanto como encumbrar a reina a su hermana. Me duele en lo profundo, Condesa, ver tanta deslealtad en familia tan ilustre, que mira antes por su esplendor que por el bien del Reino y de su señor.

Harto ha sido poderos escribir hasta aquí, Condesa, que se me parte el alma en el relato de mis padecimientos, mas paréceme que oye Dios nuestras plegarias, pues va haciendo lo que pedimos. Hubiera sido mal golpe si se hubiera perdido la Andalucía. Las cosas de allí se van afirmando, con que espero volverán a su primer estado, si bien de una enfermedad grave se convalece despacio.

No me olvido de vos, ni dejareis de hacerme soledad, pues son muchas las cosas que me hacen memoria de vos. Tenedme presente en vuestras plegarias, y escribidme de cuando en cuando.

Dios os guarde como deseo.

Yo, el Rey


No quiero terminar esta entrada sin dar las gracias a mi amigo y director del Archivo General de Andalucía Joaquín Rodríguez, que me mostró que un Archivo no es un retortero de papeles y carpetas aglutinados cronológicamente, sino que, todo lo contrario, es más bien el guardián de la memoria de nuestra historia, y como toda memoria, atesorador de momentos y documentos valiosos sin los cuales nuestra visión hacia el pasado no sería la misma. Pienso que los Archivos son los grandes olvidados, los hermanos pobres de las instituciones culturales, y pienso que, en justicia, deberían gozar del mismo estrato y prensa de Museos y Bibliotecas, y en la libertad que me permite esta entrada, os animo a tod@s a que os acerqueis a los Archivos, os están esperando miles de documentos que narran miles de historias, !adelante, dejaos seducir!. Besitos. Sed felices, por fa