Nos quedamos en que a Eva Martos, una periodista que salió de la universidad para comerse el mundo y con la intención de abrirse un hueco en la profesión, no le iba demasiado bien en su trabajo monótono, repetitivo y sin perspectivas en la emisora de radio local; para colmo, su mente, comenzó a darle todo tipo de quejas ante futuro tan gris... sin poder dormir, se levantó de la cama y, viendo una revista, de pronto, se le encendió la luz cuando vió en portada a Anastasio Onieva, el exitoso dueño de la cadena de tiendas Zheta.
Las imágenes gráficas no le hacían justicia, era cierto, pero de todas formas, dejaban entrever un hombre sino atractivo, sí interesante... ipso facto, Eva cogió el portátil, se acomodó en el sofá, y comenzó a buscar información de Anastasio Onieva y de Zheta. Por la mañana, antes de irse para la emisora, ya tenía recopilada toda la intendencia que necesitaba su plan, así que sólo restaba estructurarlo bien, visualizarlo, y materializarlo de forma precisa y profesional.
Sobre las once, llamó por teléfono al grupo Zheta pidiendo una entrevista con el Sr. Onieva, justificándola, en la demanda en los medios de ejemplos de empresarios exitosos, frente a una sociedad en brutal crisis económica. Dejó su nombre, su identificación, y la credencial de su emisora, a la que no dudó un instante en usar de tapadera.
Toda la semana estuvo nerviosa y expectante a la mordedura de anzuelo por parte de Zheta, y concretamente, de Anastasio Onieva; finalmente, transcurridos ocho días desde el envite, un periodista del Gabinete de Comunicación del empresario la llamó, hablaron durante media hora larga sobre los pormenores de la entrevista hasta llegar a un acuerdo, cosa, que francamente no le fue difícil, porque entre compañeros, ya se sabe, es fluida la avenencia. Todo quedó cerrado para el miércoles 23 de marzo: ella, se encargaría de entrevistar a Onieva distendidamente en una cena de trabajo, y él, le mandaría varias fotos oficiales con las que ilustrar el reportaje.
Mientras Eva preparaba todo este zanfarrancho de combate, sorprendentemente, su parlanchina mente enmudeció, y de la misma manera que la descolocó cuando se puso a hablarle y a darle quejas sin parar, la descolocaba ahora tanto silencio, pero caramba, aquella mudez repentina era ciertamente de agradecer.
Llegó en día D, Eva, había visualizado suficientes veces el encuentro, y madurado detenidamente cada detalle... preparada a lo Letizia (taconazos estilosos y bien altos, traje pantalón ajustado color marfil, pelo suelto sedoso, brillante y modelado, y mirada vivaz transmitiendo control, profesionalidad y sobrada personalidad), llegó al restaurante exactamente cinco minutos después del entrevistado.
En todo momento en la cena Eva estuvo extraatenta, extraamable, y derrochando encanto por doquier... estuvieron hablando de ésto y de aquello, de lo divino y lo humano, de lo profesional y lo personal, de todo un poco. Ella, se aseguró sobremanera de dejarle clara su admiración como empresario y cómo hombre hecho a sí mismo, se aseguró sobremanera de sonreirle con feminidad, de posicionarse en que no iban con ella los convencionalismos sociales, !qué tontería!, pero sobretodo y muy especialmente, se aseguró de que él supiera que no usaba ropa interior.
Dejados con claridad todos los mensajes, Eva se levantó de la mesa dispuesta a salir del restaurante... entonces la oyó de nuevo, ahí estaba su mente, cual César, pronunciando distinguida un alea iacta est, y tras la frase y puesto que efectivamente la suerte estaba echada, volvió al silencio y a la mudez. El silencio, sólo se rasgaba en los pasos de Onieva que la seguían... los pasos, y su respiración.
Os dejo este vídeo, no tiene nada que ver ¿o sí?... !jajajaja, no mosqueéis a las ranas!
Mil besitos a tod@s