sábado, 27 de noviembre de 2010

la puta y Robin Hood (continuación)


Desde que Elisa viera de niña aquella película en el cine de verano de su pueblo, Robin Hood saltó literalmente de la pantalla a su corazón, y desde entonces, ya siempre estuvo presente en su vida; bien es cierto que no de una manera física y real, pero sí como aquel con quien hablaba en voz baja de sus ilusiones, de sus miedos, de sus glorias y de sus miserias, aquel a quien consultaba sus decisiones y a quien sentía día a día a su lado, aquel con quien comparaba a todos, aquel que jamás la abandonó, y el único que de verdad la conocía de veras.
Y es que !cómo no llevar en el torrente sanguíneo a alguien tan generoso, tan resuelto, tan gallardo, tan cautivador... ya tratando a todas las mujeres como damas, ya robando a los ricos para repartir el botín con los pobres, ya aceptando a su lado a todo el que quisiera ser libre, sin importar lo más mínimo su pasado!, !era imposible no llevar a un hombre así en el corazón!, !imposible!.

E igual que estaba segura de la existencia de Robin, la misma seguridad tenía en que debía existir un lugar como el bosque de Sherwood, un lugar diferente, donde ser libre, donde vivir sin pasado, donde respirar, donde susurrarle a la vida... y tenía que encontrarlo, o al menos... intentarlo.

Como siempre, sentía a Robin cerca, a su lado, y puesto que don Alvaro seguía dormido a pierna suelta, Elisa decidió reacomodarse en la cama volviéndole la espalda, por lo que metió un brazo debajo de la almohada, puso el otro encima, y comenzó a hablar:

- Robin, ya te lo conté el otro día, quiero tener un niño, quiero tener mi barriga y mi bebé, siento un algo que me hace desearlo por encima de todo, por encima incluso de la casa rosa... no me importa tener que marcharme, bueno, sí que me importa, ya sabes Robin que aquí estoy bien, muy bien, que no me falta de nada y que tengo dinero para todo, pero es que me importa más el niño, quiero tenerlo Robin, siento deseos de parir y no puedo evitarlos.
Ya sé que tendré que irme de aquí, pero, puedo irme a Alicante con mi hermana, vivir en su casa, cuidar del Robert y del Marcos, planchar, fregar, barrer... mientras me crece el bombo, y cuando nazca el niño, buscarme un trabajo -otro trabajo- ¿no crees Robin que con mi hermana estaré bien?, ¿a que sí?, y total, tampoco necesito tanto, cama y comida, porque parir es gratis en la Seguridad Social, y ya le buscaremos al niño la cunita y la ropita de sus primos.

Y en este monólogo entre si misma y Robin Hood estaba, cuando el campaneo del ángelus despertó a don Alvaro, cortando de inmediato sus cuitas y conminándola al ejercicio de su papel:

- Buenos días mi cherí, ¿que tal ha dormido mi osito, eh?, ¿quieres que te traiga el desayuno mi amor?.

Y un don Alvaro bostezante y desperezándose, tocándole las tetas con ternura, le contestaba que lo de siempre, que un café solo y panecillos Bimbo con mantequilla y mermelada de ciruela.

Elisa, salió de la cama, se puso una bata y se marchó abajo a por el desayuno. Antes de cerrar la puerta y salir de la habitación, se giró pícara hacía don Alvaro para lanzarle un besito mientras se ajustaba el cinturón de su bata, después de todo, ella era una puta y nobleza obligaba, el trabajo es el trabajo, y siempre debía estar bien hecho.

Por las escaleras, iba hablando con Robin de parir un hijo, cerrar una página, dejar de ser puta y pasar a ser madre... al llegar a la cocina, la escena de dentro curiosamente la sorprendió, una escena que por otro lado era de lo más habitual y de la que ella misma había participado un sin fin de veces, sin embargo, esta vez se quedó callada e inmóvil en el quicio de la puerta, observando como algunas de sus compañeras trajinaban tazas, copas, exprimidor, cafetera, tostadora... preparando cansinas el desayuno de sus cada quien, mientras unas a otras se preguntaban por lo bajini, para no alertar a doña Rosa que se tomaba un té mientras leía el periódico en el saloncito de al lado, que cómo les había ido la noche y qué que tal se les presentaba el día.

Elisa las fue observando una a una: todas jóvenes, todas hermosas, todas con preciosas batas de alta lingerie, y todas suspirando porque llegara un día un hombre que las jubilara... un hombre, antes de que el tiempo y la edad las apartara de la casa rosa. Era un brindis al sol, sí, pero pese a todo, era esa ilusión última que jamás decae y que precisamente te sustenta, y apoyada en la puerta, no podía sino sentir amargura, mucha amargura del eterno brindis al sol de sus compañeras de oficios y sacrificios.

Antes de entrar a la cocina, volvió la cabeza hacía un Robin inexistente pero al que sentía presente y a su lado, le dió por mirarse a sí misma un instante, y un chispazo de ironía le estalló por dentro, de esa ironía que te arranca de cuajo risas y llantos a un tiempo. Las demás, habían ido saliendo con sus bandejas de desayunos y la cocina, se había quedado muda e inerte como un trasto inútil.
En silencio, Elisa se dispuso a trajinar tazas y cafetera y tostadora... y su cabeza hablaba, le hablaba, ya no podía evitarlo, hablaba de un hijo, de treinta y tres, de cerrar un capítulo, de ir en busca del bosque de Sherwood... sí, porque resulta que ella lo sabía, que en el fondo siempre lo supo, que cuando se es puta, es muy conveniente tener un Robin Hood que te acompañe hasta encontrar tu sitio, que una misma es la única dueña de todo su mundo, y que la voluntad siempre deja pequeños a los brindis al sol.


lunes, 15 de noviembre de 2010

la puta y Robin Hood


La habitación de Elisa Mena en la planta de arriba de la casa rosa, estaba presidida -como todas las demás-, por un gran espejo envuelto en un marco dorado con manifiestas pretensiones barrocas. Desde la cama, situado como estaba en el lado opuesto, podía verse sin ninguna dificultad, del dorso para arriba de los ocupantes del lecho; la vista del dorso hacía abajo, suponía un pequeño esfuerzo, pero añadía morbo a la visión y sus efectos.
Salvo el espejo con pretensiones barrocas y la lámpara con lagrimitas de cristal, el resto de la habitación era sobria y funcional, lo que daba al lugar un ambiente cálido y acogedor. Los colores de las paredes, de la colcha, de las sábanas y de las cortinas eran en tonos beis, rosa palo, marfil y blanco roto, respectivamente, y matizaban su calidez con un toque de elegancia y sofisticación bastante a tono con la casa.

Era sábado, ya haría unas horas de haber amanecido, pues los tímidos rayos de un liviano sol de marzo se filtraban por entre visillos y cortinajes. Elisa, -titular del dormitorio-, llevaba un rato despierta en la cama sin hacer otra cosa que percibir las sensaciones del día: las luces filtrándose por la ventana dejando ver al contraluz las partículas de polvo en suspensión, los ruidos de los pájaros en el jardín, el tintineo de cacharros abajo en la cocina, y la respiración suave de don Alvaro que dormía profundamente a su lado.
De pronto, le hizo gracia que al mirar el reloj digital de su mesilla de noche desde el espejo, la imagen reflejaba un ll-OE, lo que hizo que girara súbitamente la cabeza y mirara de frente el reloj, comprobando que el ll-OE no se refería a Yo, Elisa -como interpretó su cerebro al ipso facto-, sino que estaba terminando el mes, y eran ya las once de la mañana.

Se quedó mirando hipnóticamente aquella imagen fechada reflejada en el espejo, pensando al mismo tiempo, que ya tenía treinta y tres años y pronto treinta y cuatro... y la llamada, esa llamada que como un Pepito Grillo vivía desde meses en su cabeza, no hacía más que recordárselo una y otra vez: treinta y tres, treinta y tres... y casi al instante, como si desde dentro se le encendiera una lucecita o se le activara un chip, en décimas de segundo, volvió con aquello de que tenía que tener un hijo, que se le estaba pasando el arroz, que treinta y tres eran treinta y tres, que el tiempo la apremiaba, y que para una mujer, el arroz, cuando menos te lo esperas resulta que termina pasándose.

Miró a don Alvaro durmiendo a pierna suelta a su lado, y no le pareció ni bien ni mal que fuera él el padre de su hijo, al fin y al cabo era una mera necesidad, ella no podía autoembarazarse, y total, a él iba a suponerle algo placentero y gozoso; sólo para ella sería mucho más, un todo más, un alto en su vida, un cerrar página, un pasar de puta a madre, un dejar de estar a disponibilidad plena y total para el servicio... ya no podría entrar y salir de aquí para allá trolley en ristre como la "secretaria" de tal o de cual, y desde luego, tendría que dejar la casa rosa y buscarse un lugar donde vivir, y un trabajo que le permitiera criar a un hijo con la cara en alto: era consciente de todo ésto.

Volvió a mirar a don Alvaro y lo tuvo claro, era su decisión: iba a tener un hijo, a nadie tenía que pedir cuentas y a nadie rendir explicaciones salvo a Robin Hood, su héroe, su ángel, su consultor, su consciencia.


(continuará en la siguiente entrada)


domingo, 7 de noviembre de 2010

pues resulta que


Me encuentro mal, que más quisiera yo que no, pero nada, mi gozo en un pozo... ando de cabeza y, como la del dibujito, con la sensación angustiosa de llegar tarde a todo, empezando por mí misma.

!Ayyyy qué semanita!, tremenda, absolutamente tremenda. Rezumo -o más bien chorreo- estres, y ésto resulta que lo digo a la literalidad pues, cuando estoy estresada me sale un tic en el ojo izquierdo no demasiado llamativo a la vista, pero desquiciantemente incómodo, y aquí ando, con mi tic a cuestas.

Al trabajo densísimo de la semana, tuvimos que sumarle (toda la oficina) cambio de sede, mudanza express incluida: un día para empaquetar, trasladar y al siguiente desempaquetar y funcionando; y en mi suma particular, mi hija mayor (16 años) beligerante donde las haya, rebeldísima sin causa, la más protestona y contestona de España, "adolescente" en una palabra, ya me entendéis, en pie de guerra y sin tregua, y yo con el tic y negociando... la partida aún la tenemos en tablas.

Encima, mañana lunes, !dios santo lunes! y vuelta a la rueda: de casa a la oficina, comiendo rápido y a la oficina, a casa, la cena, la lavadora, la guerrillera... pero en fin, en positivo: esta semana, no puede ser peor que la anterior, por consiguiente, necesariamente será mucho más llevadera, así que a afrontarla con armonía y buen rollito. Espero, no solo salir vivita y coleando, sino además, dejar el tic, poder dar un paseo, ganar la partida o dejarme ganar pero a conveniencia, escribir un poco y leeros mucho... !a por ello!.

Buenas noches y mil besitos mu gordotes.