miércoles, 27 de octubre de 2010

puentes



Puentes que nos separan,
puentes que nos unen.

Puentes que son poemas y
también espadas.

Vidas como puentes,
y puentes de espejos
donde nos miran
y nos miramos.

Puentes que son vida
y vida por los puentes,

puentes...
¿Cuando se vuelve mar el río?

!Efímero fue don Quijote
y pétreos los molinos!

Puentes, atravesados
por la vida de los otros.




domingo, 17 de octubre de 2010

sangre


Anselma

La primera vez que recuerdo que mi tata me lo contó era yo chica, tendría como 6 ó 7 años, no más, luego, lo habré oído unas mil quinientas veces, no te exagero Inés, mil quinientas !pobre mujer!.
Al principio, no entendía porqué mi tata repetía tanto y tanto la misma historia, pero con el tiempo, no sólo lo comprendí, sino que además provocó en mí un sentimiento de unión y solidaridad con la tragedia de mi tata, un sentimiento algo adormecido por el tiempo pero vivo y doloroso que aún llevo aquí, en mi corazón. !La guerra, que cosa tan terrible la guerra!, !cuánto dolor arrastra, Inés!, !cuanto odio, cuanta miseria, cuánta sinrazón!, !cuánta sangre derramada!

- Eran más de las doce de la noche cuando nos despertaron los golpes en la puerta: "Benito Cuesta", "Benito Cuesta", gritaban los falangistas... enseguida nos pusimos en pie, y apenas abrimos el portalón, lo cogieron. Él, solo tuvo tiempo de darme el anillo de casados y el sello de oro de su padre, mientras se lo llevaban... me quedé llorando abrazada a los hijos, rezando y suplicando que no me lo mataran.
A los dos días, muy de mañana, después de las primeras campanas de la misa de ocho, vino Matea la del sastre a decirme que mi marido estaba muerto en la parilla del cementerio.

Lo contaba una y otra vez Inés, una y otra vez, !y cómo no contarlo si fue la tragedia de su vida!, el instante mismo que la partió en dos. Una cosa así es imborrable, imposible sacarla del torrente de tu sangre, !imposible!, !pobre Anselma!.

- ¿Y qué hizo tu tata? le pregunté a mi abuela.

- ¿Que hizo de qué?, me contestó.

- Pues, cuando le dijo la vecina lo de su marido muerto en el cementerio.

- !Que iba a hacer, hija!, enterrarlo, enterrarlo y llorar y callar, no podía hacer otra cosa. En aquellos tiempos Inés, las mujeres sólo podían sufrir y callar.




* fragmento de "La abuela Teresa"