sábado, 29 de mayo de 2010

Oscar, Edgar y yo























!Dios mío era de locos!, !absolutamente de locos, sí, de locos!, me lo había repetido a mí misma una y otra vez, mil veces por lo menos, !de locos!, pero nada, no por eso, dejaba de andar de trajín con el encuentro, con los nervios totalmente aceleraos y esa sensación de pánico, como de vivir y no vivir a un tiempo...
y es que desde luego era de locos, absolutamente de locos esa cena con ellos en el Oriza... !madre mía de mi alma, qué locura!, todo el día agobiadísima por no saber qué decir ni qué hacer, por atascarme con mi inglés cortito y chapucerillo, por si ponerme este vestido o aquel, o el pelo largo como de costumbre o si un moño bajo femenino y favorecedor... ¿y que íbamos a pedir en el Oriza?, ¿ellos comerían?, !qué locura!, y si al menos alguno fuera Rimbaud o Baudelaire, quizá podría hablarles con soltura y fluidez, al fin y al cabo estoy en tercero de francés, pero no, en inglés, y ellos... aunque claro, bien mirado y después de todo, era una suerte, un honor, un milagro, una locura sobrenatural... francamente, ya no se qué era, la verdad, pero desde luego, no se cena todos los días con dos escritores y poetas, que estén muertos, a estas alturas ya me parece que es lo de menos, y, ni que decir tiene, lo más exitante, no cabía duda.

Al entrar en el restaurante, así, medio perpleja, medio excitada, medio muerta de miedo y de curiosidad, medio viviendo sin vivir en mi como Santa Teresa, de inmediato los vi, charlando los dos animadamente en la barra.
Como comprenderéis, miré y miré una y otra vez aquí y allá, a un lado y a otro, pero nada parecía salir de la rutinaria normalidad de un restaurante... ellos estaban allí, y sorpresivamente todo el mundo se comportaba como si tal cosa !manda carallo!, yo muerta de angustia, de nervios, de perplejidad, en un sinvivir y sin llegarme la ropita al cuerpo, y estos dos sin embargo, allí, charlando en la barra como si nada... !qué locura!, titubeante, me dispuse a ir hacía ellos ensayando por lo bajini un good night my dear poets, pero no había dado siquiera un paso, cuando ellos, al quite, captaron la intención y vinieron a mi encuentro... sin palabras, en el centro del hall, los tres nos fundimos en un abrazo cálido, atemporal, hermoso... la cena, prometía.


jueves, 20 de mayo de 2010

Perico el águila (continuación)



El duro invierno se llevó a sus padres apenas con un mes de diferencia entre fallecimiento y fallecimiento, y Perico, quedó solo en una casa grande y blanca, mirando al cielo y volando por las calles. Las vecinas, con cariño, le llevaban día a día la comida, le recogían la ropa y se la traían limpia... él, las miraba con sus ojos de infinita bondad y se abrazaba dulcemente a Juana la chica, a Carmelina, a Manolita la del mimbre... sin palabras, pero con el agradecimiento y el amor sin doblez de un niño pequeño.

No había entrado aún la primavera cuando unos señores muy trajeados vinieron a verle, ofreciéndole el oro y el moro por la parcela frente al risco, la parcela que sus padres con tanto celo le habían reservado como garante de ese mañana, cuando ellos ya no estuvieran... la parcela, desde donde él se extasiaba mirando las aves.
Los trajeados señores le perseguían, le hablaban y le embaucaban diciéndole y dejándole de decir frases y frases que no entendía, frases, para las que sólo tenía una mirada limpia con una sonrisa enorme y ninguna palabra. Los "amables" vendedores volvían una y otra vez a la carga acuciándole aquí y allá para que firmara el gran negocio de su vida y él, sin decir nada, cansado de palabras, se marchaba extendiendo sus brazos, bien abiertos, a contemplar el volar de las aves, sencillo, sutil, hermoso, majestuoso...

Más de una vez los vió como subían ladera arriba con sus maletines de piel y sus trajes de marca, y como se volaban al viento sus corbatas de refulgentes colores... él, no entendía tal peregrinación para hablar de cosas incomprensibles y no sentarse a ver volar a los pájaros que, en definitiva, era lo de verdad bonito, lo de verdad importante, lo maravilloso. Cuando llegaban, congestionados y mal disimulando el desagrado de la ascensión, les mostraban los papeles extendiéndole el bolígrafo y diciéndole con fingida sonrisa:

- Sr. Seisdedos firme usted aquí, no se arrepentirá.

!Cuántas veces había oído aquella cantinela de los papeles y la firma!.
Un día, sin embargo, sorpresivamente para los amables vendedores, con su balbuceo inocente les preguntó:

- ¿Y los pájaros?.

- Los pájaros continuarán aquí de maravilla -se apresuraron a contestar tan amables vendedores-, las personas que compren las casas los podrán contemplar como usted y serán felices.

Él, con el aplomo de un incrédulo por convicción, se levantó con su mirada noble de niño grande y extendiendo los brazos se fue volando ladera abajo.
Y los días pasaban pero Perico miraba y no firmaba, y sonreía y no firmaba, y se bajaba risco abajo con los brazos abiertos cual alas... tenía completamente desesperados a los amables.
Aquel sábado, sentado como siempre mirando a la peña junto a Lan, su perro, y en compañía del amable vendedor, con inusual asertividad, contestó alto y claro a la enésima pregunta de "Sr. Seisdedos, ¿firmamos?":

- No, este lugar no es para casas, es de las águilas.

El amable vendedor, atónito con la respuesta, le preguntó:

- ¿Cómo dice?

Perico, se encogió de hombros y no dijo nada, se limitó a sonreír, a sonreír y a mirar a Lan acariciándolo... como dando a entender que era el can-canis el dictaminador del asunto.

- !Pues no va a haber hablado el perro!, inquirió el vendedor, esta vez sin amabilidad alguna y con marcado retintín.

Y Perico, levantandose tranquilo le contestó:

- De las águilas, de las águilas... es de las águilas.

Y se marchó volando ladera abajo con los brazos bien abiertos, inclinándose ya hacía izquierda ya a derecha, feliz, volando.
Una y otra vez los amables iban y venían y volvían a la carga... y Perico, -le preguntaran o no si firmaba-, nada más verlos, les contestaba contento y abriendo las manos cual alas:

- De las águilas, de las águilas, de las águilas...

Los vendedores, finalmente tuvieron que claudicar, se marcharon, nunca supieron muy exactamente en el pueblo porqué, tampoco a nadie le importó... Setenil seguía sereno, hermoso, diáfano, como su cielo azul sobrevolado por las rapaces, como Perico, sonriendo por cada calle, por cada esquina, por cada plaza. Con los brazos bien extendidos, ahora inclinándose a derecha otrora a izquierda, y volando, volando... siempre volando.




Y esta última, una foto de Setenil de las Bodegas, por la noche... ¿a que podéis percibir la magia?
Mil besitos querid@s, y mil gracias.


domingo, 16 de mayo de 2010

Perico el águila


Pedro Seisdedos era el menor de cuatro hijos, de todos ellos, era el único que había quedado en el pueblo viviendo con sus padres ya ancianos y "sin oficio ni beneficio" -como decían sus hermanos-, debido a sus cortas entendederas.
De niño, siempre fue distraido y lento para todo lo concerniente con aprender, y así fue que aprendió a andar cumplidos ya los dos años, y aún tenía cuatro cuando apenas balbuceaba ocho o diez palabras comprensibles, el resto, las interpretaba con gestos y miradas.
Se extasiaba mirando el volar de las aves, majestuosas siempre por el cielo azul de Setenil, e iba de aquí para allá con los brazos bien abiertos simulando que volaba cual águila imperial, pero con los pies en la tierra... sus padres, nada le decían, sabedores desde siempre que Pedrito era un niño especial, muy especial, y le dejaban en su crecer lento, envuelto en bondad, risas, juegos y vuelos de aves.


Sus hermanos, sin embargo, se separaban de él sintiendo vergüenza ajena por aquellas boberías absurdas de querer volar como las águilas, e ir así, simulando serlo, por todos lados... encontrándoselo en pleno vuelo ya a la vuelta de cualquier esquina, ya calle abajo, o en la plaza.

Aunque eso sí, todos en el pueblo le querían, y absolutamente todos, -propios y ajenos-, vieron siempre en sus ojos infinita bondad, y en su alma, la inocencia de un niño grande que amaba a los pájaros, y que era feliz día a día con sólo levantar los ojos hacía ese cielo azul por el que flotaban imponentes las rapaces.

A diferencia de sus hermanos, él jamás sufrió las burlas con su apellido, a él le llamaban todos Perico el águila, y como aquella, nunca dejó de volar con los brazos extendidos por entre las calles y plazas y riscos y montes de Setenil de las Bodegas.
(continuará)



sábado, 8 de mayo de 2010

Él



Llegó como siempre con el tiempo justo a la estación, andando decidida al andén nº 4 donde siempre a esas horas estaba el AVE a Madrid... tantas reuniones en el Ministerio le habían proporcionado singular destreza en torno a vías y andenes.

Sin fijarse en nada ni prestar atención a nadie, rebuscaba en su bolso el billete de ida y vuelta que debía mostrar en ventanilla tras terminar la escalera mecánica, y ocupada en ésto no se percató de quien la precedía.

Antes de la ventanilla tuvo que pasar el bolso por el escaner, y sólo entonces, al recogerlo de la cinta, se dió cuenta de que detrás de ella estaba él, ese famosísimo actor que tantas veces había visto en el cine, la televisión y el teatro... no le dijo nada, sólo esbozó una mirada cómplice con una abierta sonrisa, mitad sorpresa mitad fascinación.

La señorita de la ventanilla le devolvió el billete después de pasarlo por el lector comunicándole "coche 2", y sin más, hacía el coche dos se dirigió, algo atónita y desde luego gratamente sorprendida de haberse poco menos que tropezado con semejante actorazo.

Una vez en el tren buscó su asiento y se sentó, dispuesta a digerir tranquilamente la sorpresa, y, en esas estaba cuando justo en el asiento de al lado se sentó él. De nuevo, otra mirada, ninguna palabra, y otra sonrisa cómplice mitad sorpresa mitad fascinación... él, sostenía el libro de Linares Nadal "Frases de cine", ella, sin dejar de mirarle se levantó, le tendió la mano y cual Humphrey Bogart le dijo:

- "Louis, creo que este es el principio de una gran amistad".

Los dos contestaron al unísono "Casablanca", y tras las pertinentes sonrisas:

- Hola, Alicia Paym.

- Carmelo Gómez.



sábado, 1 de mayo de 2010

hoy...



El día uno de mayo la había despertado a las tantonas, no en vano era fiesta, y por consiguiente podía remolonear en la cama hasta bien entrada la mañana... los pajarillos, piaban en una sinfonía alegre y desaforada tan diferente a esa de cláxones y automóviles que eran su despertar el resto de días laborables, !que chulada despertarse a su amor, con los haces de luz filtrándose por las rendijas de las persianas y los pájaros con su alegre piar!, que chulada, pensaba Isa mientras se giraba en la cama acurrucándose como un ovillo a la almohada...
Menuda manera de celebrar el día del trabajo -pensó con ironía-, las últimas cifras del paro eran angustiosas y alarmantes y alcanzaban ya al 20% de la población. Este pensamiento detuvo su vagabundeo y la levantó de la cama: cogió su bata, y se fue a la cocina con el libro que estaba leyendo y que dejó en la mesilla de noche antes de acostarse.
Mientras ponía la cafetera y se preparaba la tostada, pensaba en que no le apetecía en absoluto bajar hasta el portal a coger de su buzón el periódico que estaría allí, como todos los días, esperándola... imaginaba que en la portada estarían Zapatero y Rajoy, y Fernández Toxo y Cándido Méndez y la tradicional manifestación del uno de mayo, e inmediatamente, decidió que no iba a dedicarles ni un minuto más de su pensamiento a semejantes dirigentes políticos y sindicales !ya está bien, el 20% de parados era una vergüenza absolutamente insoportable!